Pongo a continuación una nota de Alberto Garzón sobre "Los conflictos de intereses de los economistas". Interesante desde la perspectiva de la sociología de la profesión.
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Los conflictos de intereses de los economistas
Me manda mi compañero Ricardo Molero, que actualmente está trabajando en su tesis sobre China, un trabajo
de Gerald Epstein y Jessica Carrick-Hagenbarth en el que ponen de
relieve los dramáticos conflictos de intereses que tienen los
economistas convencionales, que es en quienes se centran esta vez. No es
nada nuevo, pero resulta interesante ver cierta sistematización en el
análisis.
Los economistas convencionales suelen verse a sí mismos como técnicos
objetivos, capaces de saber lo que está bien y está mal en cada momento
porque confían en que tienen las herramientas correctas para
averiguarlo. Y como tales se presentan a la sociedad. Basándose en las
mismas concepciones, las grandes empresas y los gobiernos contratan a
estos economistas con el objetivo de utilizar sus enseñanzas y llevar a
cabo sus consejos. Comienzan entonces a tener una doble filiación, como
académicos y como empleados, que en opinión de los autores del estudio
-y que obviamente suscribo- es especialmente conflictiva.
El conflicto de interés surge porque el papel que juega un académico
es sustancialmente distinto del que juega un empleado, que es en última
instancia lo que es un economista al servicio de cualquier empresa. El
académico tiene, en teoría, la obligación de interpretar los fenómenos
sociales a partir de unas herramientas determinadas que se suponen
científicas, tras lo cual procede a hacer unas recomendaciones que
deberían estar muy poco influídas por la ideología. El empleado, sin
embargo, tiene una misión explícita: garantizar que la empresa de la que
es parte sea más rentable. A cambio, el empleado recibe una
remuneración generosa que sin duda deseará mantener en el tiempo. Y
nadie, ni siquiera los economistas convencionales, pueden establecer una
frontera entre un trabajo y otro.
Aunque no es argumento per se, sí es útil conocer la filación
empresarial del economista en cuestión. Además, no falla. Los mismos
economistas que trabajan para el BBVA o Santander realizan estudios en
los que recomiendan que la banca privada se haga cargo de las pensiones,
por ejemplo. Los mismos economistas que están en los consejos de
administración de las grandes empresas españolas recomiendan la
expansión de la inversión extranjera directa y la apertura de todo tipo
de otros países. Y los mismos que son portavoces de las empresas
constructoras recomiendan ayudas al sector del ladrillo. La cuestión no
es averiguar qué fue antes, si la opinión política o la filiación
empresarial. La cuestión es reconocer que, al menos, existe un conflicto
de interés.
Los autores consideran que tal conflicto pervierte dramáticamente no
sólo los trabajos académicos que escriben los economistas, y en los que
por cierto nunca revelan su doble papel, sino también a la profesión
misma. Un ejemplo, trabajado también en el estudio, es el de la crisis. A
la falla de los modelos analíticos y a la influencia de la ideología,
se podría sumar esta nueva explicación que estamos describiendo para
entender por qué los economistas no supieron predecir la crisis o
incluso afirmaban que no podía suceder.
Personalmente no confío en que los economistas convencionales
reconozcan que su papel no es el de técnicos y que, por lo tanto, pueden
estar -y lo están- influídos por su ideología y sus intereses
personales. Sin embargo, en el trabajo de Epstein y Carrick-Hagenbarth
se puede comprobar cómo las opiniones sobre regulación financiera de un
porcentaje importante de economistas convencionales ha cambiado tras la
crisis. Un cambio que aunque sea menor revela, al menos, que sus
estudios previos no eran tan técnicos como ellos creían. Y de eso
supongo que ya sí serán conscientes. Es un paso positivo ante tanto
dogmatismo.
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