Como parte del monográfico que la revista Viento Sur en su número 112 de octubre de 2010 ha dedicado al tema de En el corazón de la crisis: análisis y alternativas, se pidió al ICEA una contribución en forma de artículo que tratase la cuestión de las medidas que desde el Instituto se han propuesto para luchar contra las consecuencias de la situación económica
para la clase trabajadora. Ese artículo, que lleva por título "Del
anarcosindicalismo a la autogestión: propuestas ante la crisis en clave
revolucionaria" presentaba un esquema conceptual conjugando teoría y
acción y tratando de resumir el conjunto de propuestas sobre las que se
trabaja desde ICEA. La versión impresa puede descargarse en formato PDF
desde aquí.
Dado
que por razones de espacio tuvimos que recortar la extensión de nuestro
artículo original ofrecemos a continuación la versión íntegra que
habíamos redactado.
Del anarcosindicalismo a la autogestión: propuestas ante la crisis en clave revolucionaria.
Lluís Rodríguez, Endika Alabort, Luis Buendía y Salvador Comendador*.
La
situación es crítica. En todas partes se está traspasando una vez más
el elevado coste de la crisis capitalista a los trabajadores, eliminando
de un plumazo sus conquistas históricas o introduciendo reformas que
afectan a sus condiciones de vida inmediatas y a futuro, y el paro
vuelve a alcanzar magnitudes que son un claro revés para la clase
trabajadora. Al mismo tiempo, las organizaciones que teóricamente
defienden los intereses de los trabajadores carecen de representatividad
y de influencia, y los grandes sindicatos han hecho de la capitulación
permanente su razón de ser tras años de firmas que han hecho de la
regresión social la tendencia institucionalizada de las condiciones de
vida de la mayoría de la población. Deviene urgente, por lo tanto,
trazar propuestas en dos frentes simultáneamente, trabajando en la
elaboración de iniciativas que sirvan lo mismo para defenderse de la
ofensiva orquestada por el capital para restaurar su rentabilidad
perdida, como para fortalecer a las organizaciones de las que, de forma
autónoma, se han dotado los trabajadores para defender sus intereses.
Todo ello sin perder la perspectiva, sin olvidarse de que la única
salida de la crisis que genuinamente puede reivindicarse como favorable
para los trabajadores es una transformación social profunda, es decir,
una salida que deje atrás a la vez las crisis y el capitalismo que las
engendra.
Dada la limitación de espacio, a diferencia de lo que hemos hecho en otros trabajos[1],
vamos a desarrollar en este artículo un esquema conceptual que aúne
teoría y acción, insertando a la vez un resumen de las propuestas que,
con la vista puesta en los objetivos mencionados, están siendo
trabajadas en el Instituto de Ciencias Económicas y de la Autogestión
(ICEA).
Un esquema para la acción
Resulta
imprescindible dotarnos de un marco general de propuestas y actuación
que pueda servir de herramienta para conseguir la gestión de la economía
y la sociedad por parte de la clase trabajadora, empezando por aumentar
la influencia de las organizaciones sindicales de clase y anarquistas,
así como de otros movimientos sociales igualmente promotores de una vía
revolucionaria hacia la autogestión. En esta línea pueden agruparse las
medidas que el ICEA propone en cuatro ámbitos según su alcance: reformistas, progresivas, transformadoras y revolucionarias.
Las medidas reformistas
serían aquéllas que plantean realizar reformas o ajustes a la política
económica o laboral con el objetivo principal de proporcionar a la clase
trabajadora una estrategia defensiva ante la crisis. Asimismo este tipo
de propuestas pretende desmantelar la faceta represiva y de control del
Estado (extendiendo los ataques al gasto militar y a la creciente
industria de control social, por ejemplo), facilitando la posibilidad de
un control sindical y social efectivo, aspecto este que se amplía en el
caso de las medidas progresivas. Un tercer objetivo de este grupo de
propuestas es poner en evidencia qué intereses defiende el Estado para
contribuir a su deslegitimación una vez expuesta su función de guardián
de la acumulación de los beneficios privados y, por tanto, para provecho
de los empresarios.
Empezando
por el mercado de trabajo es necesario aumentar el salario mínimo para
desencadenar una mejora en el nivel de vida de la población en su
conjunto (pues subirían los demás salarios directos, y además muchas de
las prestaciones sociales que componen los salarios indirecto y
diferido). Es falaz el argumento de que esta medida causaría más paro
entre trabajadores poco cualificados, pues ello depende del resto de
medidas que se introdujesen (véase, por ejemplo, Card y Krueger, 1992,
para el caso de la industria de comida rápida en EE.UU.). Por la
configuración de la economía española, esta medida estimularía el
crecimiento dado que cualquier posible perjuicio del aumento salarial
sobre la inversión se compensaría con el aumento de la demanda agregada a
él asociado (véase Naastepad y Storm, 2007). Como también es
excesivamente simplista argüir que implicaría una menor competitividad:
el discurso del cambio de modelo está sirviendo para atacar al trabajo
cuando hay evidencia empírica suficiente de que mejores salarios
incentivan la economía del conocimiento al fomentar la sustitución de
trabajo por capital y, con ello, un aumento de la productividad. El
Gráfico 1 recoge la relación entre el gasto privado en I+D y los
salarios medios en la UE-15 entre 1998 y 2007 poniendo de manifiesto la
relación positiva entre ambas variables.
Gráfico 1. Salarios e innovación en la UE-15: 1998-2007.
Fuente: Elaboración propia con datos de Eurostat.
Evidentemente,
estas medidas deben ir acompañadas de una amplia gama de políticas
activas que sirvan para ir reduciendo el desempleo existente y
reforzando los efectos positivos de ellas en el mercado de trabajo. El
Estado debe contribuir al reciclaje de los trabajadores desde sectores
de salarios bajos, como el turismo (gran especialidad española), a otros
de salarios más acordes con la media europea. Además debe crear empleo
público en las numerosas áreas en que el país es deficitario, como
sanidad, educación, escuelas infantiles, atención domiciliaria, y un
largo etcétera. Parte de este aumento del gasto puede compensarse
reduciendo radicalmente costes innecesarios, como los sueldos del jefe
del Estado y su familia, así como los de los políticos de todas las
administraciones. También es imprescindible reducir los gastos militares
y policiales hasta que lleguen a desaparecer.
Otra
vía para financiar medidas como las anteriores pasa por acabar con los
paraísos fiscales que hay en la propia economía española, como las SICAV
y las SOCIMI. No se puede argumentar que un aumento salarial provocará
una fuga de capitales y al mismo tiempo aprobar la eliminación del veto
fiscal a la inversión en fondos de inversión especializados (SIF)
luxemburgueses, eliminación que sólo beneficia a quienes puedan invertir
un mínimo de 1,25 millones de euros, y que implica la tributación por
debajo incluso de las SICAV (a un 0,01% frente al 1% de aquéllas, véase
Expansión, 1/06/2010). Asimismo es posible elevar el IVA a los artículos
de lujo y eliminarlo en los bienes de primera necesidad, así como
incrementar el IRPF a las rentas más altas, el impuesto de sociedades y
recuperar el impuesto de sucesiones, entre otras.
Por
último, otro campo donde es necesario abundar también desde las medidas
de tipo reformista es el relacionado con la ecología, lo que incluiría
la exigencia del Estado a las empresas (tanto locales como
trasnacionales y sus filiales) de que asuman su deuda ecológica. De
igual modo, las políticas públicas deben tener en cuenta su coste
ecológico (ecoeficiencia máxima) favoreciendo las alternativas que lo
minimizarían al máximo y convirtiendo esta faceta en una clave de su
concreción (en vez de una mera coletilla para guardar las formas, como
hasta ahora). Para lograr esto es necesario obligar a que la base de
esas políticas sea la mejora de la calidad de vida partiendo de la idea
de suficiencia humana (tal y como se expone desde el movimiento del
decrecimiento).
Ninguna
de estas medidas por sí sola trasciende el estrecho corsé de los
evidentes límites del sistema capitalista (injusticia distributiva
estructural, ausencia de democracia, catástrofe ecológica, etc.), pero
son una muestra de que no hay una única alternativa de política
económica, sino que se puede enfrentar la crisis poniendo sobre la mesa
estos problemas y tratando de avanzar en una línea que sea beneficiosa
para la mayoría de la población, en claro contraste con la tendencia
actual. Dicho esto, es necesario fortalecer la base desde la que atacar
la sociedad de clases, para lo que las anteriores medidas serán del todo
inútiles si no se complementan con las siguientes.
Las medidas progresivas
se plantean con el objetivo de reforzar la intervención económica y
social del sindicalismo de clase y anarquista junto con otras
organizaciones sociales, como proceso hacia una gestión obrera y social,
y como garantía de representación de los intereses generales. Por
ejemplo, las medidas mencionadas de gasto e ingresos públicos corren el
riesgo de ser desvirtuadas si no aumenta la capacidad de control por
parte de los trabajadores del fraude fiscal y de la corrupción política,
para lo que se torna necesario crear mecanismos de vigilancia en manos
de sindicatos asamblearios y de base. Este tipo de medidas requieren un
trabajo constante para tomar el control de las empresas y los organismos
obreros en un futuro, así como precisan de una actuación política
netamente revolucionaria para evitar convertirse en un aparato más del
Estado. Un ejemplo de medidas progresivas sería la eliminación de las
ETT y el establecimiento de bolsas de trabajo controladas por los
sindicatos de clase, o el control sindical de las instituciones que
forman el sistema financiero. En este punto estas organizaciones también
deben ejercer un control sobre el impacto que tienen las inversiones en
la salud laboral y el medio ambiente vital, tanto en las empresas como
en los pueblos, creando los órganos de decisión e influencia pertinentes
(control social de las inversiones para incluir los márgenes
ecológicos, etc.).
Las medidas transformadoras
buscarían la sustitución de la gestión privada y estatal por la gestión
obrera y social, sin llegar a cambiar el sistema económico y social en
su totalidad, aunque como paso previo, a modo de “gimnasia
revolucionaria”. Dentro de este grupo se encuentran la recuperación de
empresas y la creación de cooperativas, así como, en el medio rural, la
ocupación de tierras y su puesta a disposición de los jornaleros. La
recuperación de empresas y su cooperativización conecta con la
necesidad de rechazar los despidos y sostener el empleo. Asimismo la
cooperativización se ve legitimada por la abundante evidencia empírica
sobre la mejor eficiencia, justicia y democracia de este tipo de
empresas frente a las capitalistas tradicionales[2].
Estas medidas también estarían dirigidas a relocalizar la economía
desde el punto de vista ecológico, aprovechando el alto grado de control
sobre la inversión, recuperando las economías locales ecológicamente
sostenibles y priorizando una base de la economía que garantice una
creciente calidad de vida, sin comprometer la de las generaciones
venideras ni la conservación del planeta, y en contraposición a la
economía actual.
Por último, la única medida revolucionaria sería la transformación total del sistema económico y social. Por ello es
necesario estudiar en qué economía y en qué sociedad queremos vivir, y
también cómo afrontar el eventual período de transición. La idea de éste
es importante en tanto debe servir para evitar una vuelta atrás al
sistema anterior, para evaluar el papel de los diferentes agentes
sociales –de ámbito local e internacional– en este proceso, y para ver
también qué instituciones actuales pueden o deben subsistir y cuáles
deben desaparecer. Además, la inclusión de la noción ecológica no
se puede resumir en su cuantificación monetaria (como un coste más)
sino que ha de hacerse de una manera integral. Si el desarrollo del
capitalismo va ligado a la sobreexplotación y degradación del medio
ambiente dada la lógica que lo guía (crecimiento ilimitado e infinito),
desde el punto de vista de la naturaleza es absolutamente ilógico e
irracional y es preciso contemplar el rechazo al crecimiento económico
tradicional (industrial, desarrollista y de consumo) y poner en su lugar
una producción y distribución basadas en las necesidades, teniendo en
cuenta estos límites. En todo caso, de
poderse aplicar un cambio revolucionario, la economía y la sociedad
deberían organizarse bajo unas premisas ético-morales libertarias, con
control democrático, planificación social, satisfacción de las
necesidades humanas como guía de la producción y distribución, y en
detrimento del lucro privado.
La
puesta en marcha de estas propuestas exige pensar en el actor que ha de
servir para ello, y en este caso, como se ha mencionado, solamente
puede tratarse de un tipo de sindicalismo que, por su naturaleza
estrictamente asamblearia esté fuera de toda sospecha su compromiso de
clase. Pero además ese sindicalismo de tipo libertario podrá verse
acompañado de otras organizaciones sociales que hagan posible que se
pueda desarrollar y articular el proceso que implican estas medidas en
torno a tres frentes. El primero sería el de las propuestas y el de los
programas de actuación generales. Es necesario desarrollar estudios y
propuestas solventes con el fin de contrarrestar el discurso capitalista
que legitima las actuaciones de la patronal y los gobiernos. En esta
línea hay que trabajar en el plano ideológico para que la propaganda y
la acción anarquistas lleguen a la mayor parte posible de la población
con el fin de cuestionar el pensamiento hegemónico que dicta el sentido
común, creando el tipo de órganos que permitan la elaboración de un
conocimiento autónomo. Este frente es importante en tanto tiene relación
con los dos siguientes, más vinculados a la acción sindical y social.
Un segundo frente es el de las empresas. La resistencia en las empresas
es crucial para evitar la aplicación de las medidas en marcha destinadas
a castigar a la clase trabajadora: hay que evitar los despidos
individuales, los expedientes de regulación de empleo o el cierre de
empresas con una salida favorable para la patronal. Negarse a aceptar
este ajuste es fundamental y la única forma de forzar que las rentas
empresariales vuelvan a la producción y a sostener el empleo y las
rentas laborales como un primer paso en la línea defensiva de los
trabajadores antes la crisis. Un tercer frente se da en los pueblos y
ciudades. Se vuelve ineludible empezar a articular mecanismos de unidad
de acción sindical y social, trazando vínculos entre las empresas y los
pueblos y ciudades donde están localizadas, de forma que se pueda
resistir a estos ataques contra nuestras condiciones de vida. Hace falta
crear un polo de atracción para un sindicalismo verdaderamente
combativo junto con organizaciones sociales que hagan posible su puesta
en marcha para beneficio del conjunto de los trabajadores, lo que
implicaría la expansión de la resistencia a las políticas de
privatizaciones, a la corrupción política y empresarial, y a la
aplicación de políticas neoliberales en general.
Conclusiones
Hay que tener en cuenta que la única forma de acabar con la explotación, las clases sociales y las crisis económicas, es acabar con el capitalismo. Por lo tanto, todas estas medidas progresivas y transformadoras tienen que ser impuestas a la patronal y al Estado según la correlación de fuerzas que tengamos, sin perder nunca de vista el objetivo final de sustituir el capitalismo por un sistema económico basado en la autogestión obrera y social. Es indispensable contemplar la posibilidad de promover procesos revolucionarios en la medida en que sirven no sólo como objetivo final sino también para impulsar la investigación y la praxis parcial con el fin de profundizar en esa línea. Sin embargo, siendo conscientes de la correlación de fuerzas actual es conveniente analizar nuestras propuestas en perspectiva inversa: el objetivo sería que con el tiempo podamos proponer y aplicar fundamentalmente un proceso revolucionario, que al no ser posible a corto plazo, nos empuja a proponer medidas transformadoras, progresivas y reformistas, de forma que las tres últimas vayan perdiendo su peso paulatinamente hasta desaparecer junto con el capitalismo y el Estado.
Evidentemente,
la interrelación dialéctica entre dicho esquema de medidas (según
correlación de fuerzas) y entre las medidas en sí, puede contener puntos
de colisión (por ejemplo, hay que hacer compatibles las medidas de
índole ecológica con las que promueven una redistribución de la renta a
favor de los trabajadores para evitar que las primeras, como viene
siendo habitual, se introduzcan a costa de éstas). Por ello creemos que
de la experimentación y aplicación se pueden depurar las formas de
conceptualización y proposición.
Referencias citadas
Bowles, S; Gordon, D; Weisskopf, T. (1989) La economía del despilfarro. Alianza, Madrid, 1989.
Bowles, S; Gordon, D; Weisskopf, T. (1992) Tras la economía del despilfarro. Una economía democrática para el año 2000. Alianza, Madrid, 1992.
Card
D. y Krueger A. B. (1994) “Minimum Wages and Employment: A Case Study
of the Fast-Food Industry in New Jersey and Pennsylvania”. The American Economic Review, 84, 4, 772-793.
Naastepad, C.W.M. y Storm, S. (2007) “OECD demand regimes (1960-2000)”. Journal of PostKeynesian Economics, 29, 211-246.
*
Lluís Rodríguez es economista y estudiante de postgrado en Trabajo y
Política Social, Endika Alabort es economista, Luis Buendía es
investigador y doctorando del Departamento de Economía Aplicada I de la
UCM, y Salvador Comendador es economista. Todos ellos son miembros del
Instituto de Ciencias Económicas y de la Autogestión (ICEA).
[1] En nuestra publicación Cuadernos del ICEA nº 1: Crisis económica y resistencia obrera
hicimos una pormenorizada recopilación de medidas y propuestas que
ahora están siendo revisadas de cara a una segunda edición que recoja un
mayor análisis de los efectos y consecuencias de su aplicación. Esa
primera edición está disponible para su descarga desde nuestra página
web, http://iceautogestion.org/, en el apartado Publicaciones/Cuadernos del ICEA.
[2]
El desarrollo de procesos democráticos incrementaría la productividad
entre un 15% y un 30%, según varios estudios citados en Bowles, Gordon y
Weisskopf (1989: 360-361; 1992: 153-161).
Existen mayores incentivos al trabajo dado que se tiene un mayor nivel
de acceso a la información y la participación de los trabajadores,
disminuyendo a su vez los costes de control. Para países periféricos
permiten una mayor tasa de inversión y consumo, con un mayor crecimiento
económico.
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