Lluís Rodríguez. Instituto de Ciencias Económicas y de la Autogestión (ICEA).
En los últimos meses se
ha divulgado desde varios medios de comunicación la posibilidad de
entrar en un período de deflación, es decir, de que se den tasas de
variación negativas del índice general de precios (IPC). Es importante
distinguir deflación de desinflación, puesto que la desinflación
significa un crecimiento menor del IPC. Así pues, la deflación es el
fenómeno opuesto a la inflación.
Por
otra parte también conviene distinguir una caída de los precios
asociada a los incrementos de productividad, en un contexto de
crecimiento económico (deflación positiva), de una caída de precios en
un contexto de crisis económica (deflación negativa). Si nos remitimos a
los datos suministrados por los diferentes organismos, vemos que en los
últimos meses la mayoría de países ricos y llamados emergentes han
registrado caídas en los precios. Las más espectaculares lo han sido en
los sectores de la energía, por la caída del precio del petróleo y de la
construcción de vivienda, debido al pinchazo de las burbujas
inmobiliarias. Ahora bien, no podemos hablar de deflación si no se da el
fenómeno de la caída de los precios en el conjunto de la economía, y
que ésta se prolongue al menos durante dos trimestres, según el Fondo
Monetario Internacional. Si bien las diferentes previsiones de los
organismos públicos o privados no prevén que entremos en deflación, sí
que apuntan una caída de los precios que puede desembocar en esta
situación. Los datos para España, según el Instituto Nacional de
Estadística, son de un crecimiento general de los precios del 0,7% en
febrero de 2009, un 0’8% en enero y un 2% en diciembre (la variación
mensual en enero ha sido del -1,2% respecto a diciembre de 2008).
El
fenómeno de la deflación aparece históricamente con la caída de la
actividad económica, a menudo asociada con la sobrevaloración y
especulación con los activos financieros, pero con un componente
fundamental de parón económico-productivo. Los empresarios, que tienen
en su mano marcar los precios, tienden a presionarlos al alza para
tratar de obtener más beneficios provocando el fenómeno de la inflación.
De la misma forma, cuando caen las ventas, bajan los precios, moderando
o sacrificando beneficios, para continuar vendiendo sus servicios o
colocar los stocks. Históricamente tenemos el ejemplo de una deflación
importante en los años posteriores al crack de 1929. Más recientemente
ha habido una experiencia similar en Japón durante los ‘90.
En
los últimos años la clase trabajadora en España ha visto reducido su
poder adquisitivo al ser congelado el salario real mientras los
beneficios crecían de forma insultante. Una situación de deflación puede
favorecer el recuperar ese poder adquisitivo si se mantienen los
salarios y bajan los precios. Este hecho ya está generando tensiones a
la hora de negociar los salarios en el marco de los convenios
colectivos, pues la patronal no está dispuesta a ceder. Es fundamental
ser conscientes de la necesidad de plantar cara y de no retroceder ni un
milímetro porque cuando la economía va bien perdemos, y cuando va mal
nos toca cargar con el ajuste.
Publicado en el Periódico Diagonal nº 97 (Del 19 de marzo al 1 de abril de 2009), en la sección "En el alambre".
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