Reproduzco a continuación una ponencia presentada en las VIII Jornadas de Economía Crítica de Valladolid (2002). El autor resume los principales elementos que caracterian a la Escuela de Economía Política Radical nacida en Estados Unidos al calor de las luchas sociales y por los derechos civiles de los años de 1960.
Guillermo Nadal Bover,
(Universidad de las Islas Baleares)
En 1968 un grupo de jóvenes profesores proponía una alternativa a los cursos estándar del departamento de económicas de Harvard, el nuevo curso llevaba por título “La economía capitalista: conflicto y poder”, y fue introducido en el programa de cursos de la licenciatura en el año académico de 1968-69. El curso acabó siendo un libro que acabó siendo un paradigma...
Sus orígenes se encontraban en el movimiento político radical. Las luchas políticas por los derechos civiles y contra la guerra de Vietnam, y el consiguiente crecimiento de un amplio movimiento radical de oposición al imperialismo, el racismo, la desigualdad y otras formas de opresión social asociadas al capitalismo, fueron la escuela que educó a Samuel Bowles y a otros jóvenes amigos suyos, motivándoles al estudio de la estructura económica y política de su sociedad. Estimulados por el movimiento muchos estudiantes comenzaron a demandar a las universidades cursos de “economía radical” que no les enseñaran solamente a saber gestionar el orden establecido, sino a saber comprenderlo y contribuir a transformarlo (Edwards y McEwan 1970). Samuel Bowles y los que serían en poco tiempo sus más íntimos colaboradores como Herbert Gintis, Thomas Weisskopf, Richard Edwards, Michael Reich y David Gordon, se encontraban al mismo tiempo estudiando los cursos de doctorado y participando en las luchas del momento contra el racismo, la pobreza y la guerra de Vietnam
“Éste fue quizá el período más fragmentado de nuestras vidas: nos encontrábamos estudiando una disciplina muy bien establecida y sofisticada, pero éramos cada vez más conscientes de su inadecuación. No solamente negaba o simplemente ignoraba la mayoría de nuestras preocupaciones políticas, sino algo peor, pues constituía un sistema de creencias que justificaba al estatus quo defendiendo al sistema capitalista” (Edwards, Reich y Weisskopf 1972, ix)
Esta época tan agitada contrasta con la homogénea doctrina económica dominante que se enseñaba en todas las principales universidades, basada en la optimización individual y la teoría del equilibrio general en el ámbito de la microeconomía (con el libro de texto de Henderson y Quandt), en el trío Keynes-Samuelson-Solow para el ámbito macroeconómico (con el libro de texto de Gardner Ackley) y en Musgrave-Samuelson con su análisis del papel más adecuado al gobierno en la “economía mixta”. La economía se convertía en una disciplina cada vez más técnica y matemática, pero parecía cada vez más irrelevante para el mundo real.
En esta situación, con los mejores y más brillantes economistas liberales apoyando la guerra de Vietnam, un grupo de economistas de la nueva izquierda comenzaron a crear un nuevo enfoque: la economía política radical. El primer objetivo de estos economistas fue el de mostrar la relación interna entre las múltiples formas de opresión que veían a su alrededor y la profesión económica y sus doctrinas, ofreciendo a estos distintos movimientos, así como a los trabajadores, un análisis que contenía una perspectiva política: las diferentes formas de opresión tenían raíces comunes, la opresión social se encontraba enraizada en las instituciones económicas y políticas básicas de la sociedad capitalista. En lugar de considerar a sus distintos intereses en conflicto unos con otros, argumentaron que una coalición de todos ellos alrededor de la idea de la democracia económica los haría avanzar a todos juntos.
Desde hace tres décadas la economía política radical se ha distinguido por su tratamiento de lo que podrían denominarse las tres dimensiones de la economía: la dimensión horizontal de la competencia, la dimensión vertical del autoritarismo y la dimensión temporal del cambio. El modelo radical se aleja del modelo neoclásico no solamente por su mayor énfasis en las dimensiones del autoritarismo y el cambio propias de la vida económica, sino también en la concepción teórica de cada una de las tres dimensiones. El resultado es una perspectiva teórica que sostiene conclusiones normativas muy diferentes a la economía neoclásica y un programa de investigación econométrico e histórico que ha conducido a muchos economistas radicales hacia
nuevas áreas de investigación.
nuevas áreas de investigación.
Una matización antes de comenzar. Las palabras “economía”, “sociología”, “historia”, “ciencia política” y otras, no son categorías radicales. Por ejemplo, Samuel Bowles es un economista radical en el sentido institucional con que se le define de acuerdo a la ciencia social liberal. Muchos de los estudios que emprenderán Bowles yotros, así como muchos de los trabajos que más les influirán no se esforzarán mucho en permanecer dentro de las fronteras tradicionales de la “economía”.
El paradigma radical se empeñará en una actividad de repensar la estructura de la teoría económica y su relación con estudios empíricos y disciplinas limítrofes, proporcionando a la teoría económica una porosidad y una ligazón interdisciplinaria más parecida a la biología y a la geología que a la física y a las matemáticas.
Consecuente con esa porosidad el progreso y la idea de lo relevante en teoría económica demandan una relación simbiótica con la historia económica, con los estudios experimentales, con los tests econométricos, áreas de estudio que se vuelven más importantes cuando se ponen en cuestión los primeros principios axiomáticos. De este modo el paradigma radical pretende expandir las fronteras disciplinarias de la economía hasta incluir, como en el siglo XIX, el estudio selectivo del derecho, la historia, la sociología, la psicología y la política.
El autoritarismo. El punto de partida más obvio en una discusión sobre economía política radical es la importancia dada a las relaciones de dominación, poder, subordinación y jerarquía, es decir, a lo que debería entenderse por autoritarismo. Dos motivaciones se hallan en la raíz de esta perspectiva: el compromiso democrático con la eliminación de formas de autoridad arbitrarias y opacas y un compromiso teórico con la idea de que la sociedad capitalista es sencillamente ininteligible quienes se abstraen de la cuestión del poder. Las primeras contribuciones a una economía política radical se centraron casi exclusivamente en las relaciones autoritarias en los mercados y dentro de las empresas dando lugar a una abundante literatura sobre lo que podría denominarse la estructura política de la empresa capitalista, la relación entre la tecnología y la jerarquía y la segmentación racial y de género de los mercados de trabajo.
La competencia. La atención prestada a las relaciones autoritarias significa una nueva visión acerca de cómo funcionan los mercados. De una importancia analítica y política especial, por supuesto, es la cuestión del desempleo y el carácter segmentado de los mercados de trabajo, y también la relación entre las empresas del núcleo de la economía y las empresas periféricas. En los últimos años, los economistas radicales han abordado la cuestión de los mercados de crédito, intentando comprender por qué es que la riqueza confiere poder en una economía altamente competitiva y por qué los trabajadores (y muchos otros individuos) sufren con frecuencia un racionamiento del crédito. Desde la perspectiva radical se descubre que los mercados, incluso los más competitivos, no son contrarios a las relaciones autoritarias, sino complementarios.
En el modelo radical el “equilibrio” no se considera único y las presiones para alcanzar el equilibrio son contrarrestadas con frecuencia por tendencias que empujan al desequilibrio. En los modelos radicales de competencia dinámica estas presiones hacia el desequilibrio son consideradas como una tendencia hacia el “desarrollo desigual”, cuyo fundamento se encuentra estructuralmente determinado por las desigualdades en el acceso al crédito, a la información y al poder político, dando lugar a la desproporcionada capacidad de algunos grupos de beneficiarse de una situación de desequilibrio de mercado.
De este modo, en la economía política radical, los mercados parecen más bien campos de batalla de agentes económicos contendientes que la pizarra sobre la cual se dibujan los precios y las cantidades únicamente determinadas a través de la interacción de preferencias ya dadas, tecnologías y adquisiciones. Esta perspectiva tiene una aplicación inmediata a los mercados de bienes y al análisis de las empresas y a las interacciones entre las empresas y el gobierno, tanto en el ámbito nacional como internacional.
El cambio. Los economistas radicales se han centrado en el análisis de un conjunto de instituciones concretas, las del capitalismo actual, y en la evolución de estas instituciones en el tiempo. Las particularidades institucionales de una época son consideradas como características esenciales de su evolución histórica, no como variaciones superficiales de un modelo inmutable subyacente. Esta perspectiva ha dado lugar a la idea de estructura social de acumulación, referida a las reglas del juego que regulan la generación de los beneficios y el proceso de inversión, desde las relaciones laborales y el orden monetario internacional hasta las políticas impositivas y la estructura de las instituciones educativas.
El tiempo histórico parte de una idea del cambio económico que reemplaza la dicotomía exógeno / endógeno del análisis estático comparativo por un modelo alternativo del cambio basado en la interacción entre acción y sistema o, en un lenguaje más tradicional, de práctica y estructura. Por sistema o estructura se entiende cualquier conjunto de reglas del juego que imparten regularidad a las acciones y sus efectos. Por acción o práctica se entiende cualquier proyecto intencional, sea individual o colectivo, estructurado por estas reglas del juego. De acuerdo con esta perspectiva, el cambio en los sistemas económicos tiene lugar a través de los efectos de las estructuras a la hora de limitar las acciones y formar a los agentes y el efecto recíproco de los agentes a la hora de consolidar o transformar los sistemas.
La creciente insatisfacción con los modelos económicos basados en la física y el reconocimiento de la verdadera complejidad de modelar las interacciones de las personas reales en una sociedad, en lugar de confiarse al supuesto comportamiento del Homo Economicus en unos mercados abstractos, ha promovido la vuelta al estudio fundamentado teóricamente pero concreto de las instituciones como son, en busca no del mayor nivel de generalidad, sino de respuestas históricamente contingentes a cuestiones acerca de cómo orientar la economía hacia la justicia, el bienestar y la libertad.
El paradigma radical se basa en la puesta en duda de la distinción exógeno / endógeno en el estudio de cada una de las tres dimensiones de la economía.
Remendando a Heródoto un economista radical diría que “no hay nada exógeno bajo el sol”. Las distinciones entre lo económico y lo no económico no tienen sentido en una teoría que pretende crear un modelo tanto económico como político y cultural de la economía capitalista. Sin embargo, el economicismo de las formulaciones clásicas de la economía convencional se manifiesta tanto en su tratamiento economicista de la economía como en el análisis de la articulación de la economía con otras instancias de la formación social.
Además, la distinción entre ámbitos exógenos y endógenos es inherente a los economistas neoclásicos no sólo por su utilidad como mecanismo simplificador, sino por el servicio que presta en la justificación o administración del orden capitalista.
Los economistas neoclásicos no solamente son seres académicos, sino que también como otros intelectuales son, fuera de las universidades, actores sociales. Algunos están empeñados en la defensa ideológica popular de la economía capitalista, otros, a través de cargos en el gobierno o desde otras alturas, trabajan en la gestión de la economía capitalista. Sin querer menospreciar ninguna de estas ocupaciones, Bowles denomina a los primeros sacerdotes neoclásicos y a los segundos ingenieros neoclásicos.
Los sacerdotes invocan la distinción exógeno / endógeno para desviar la crítica a la injusticia económica, a la inseguridad, a la dictadura en muchos lugares de trabajo, y del trabajo alienado, apartando estos problemas del horizonte de la economía y señalando que su origen se encuentra en las variables exógenas del modelo neoclásico: las preferencias individuales, la tecnología, los recursos naturales, y la distribución de los títulos de propiedad. Su razonamiento es impecable y si uno acepta el modelo del equilibrio general e imagina que sus soluciones son únicas, deberá asociar cualquier resultado económico desagradable a alguna que otra de las variables exógenas que hemos mencionado. La consecuencia de este tour de force ideológico es que la crítica del capitalismo se convierte en un lamento contra la naturaleza, bien sea de la naturaleza humana, que subyace a las preferencias individuales, o del mundo natural, que limita y posibilita nuestro nivel tecnológico. Solamente la distribución de los títulos de propiedad es un resultado social, pero este determinante de los resultados económicos depende, se dice, de la soberanía del estado democrático liberal y deriva, en última instancia, de las preferencias expresadas por los votantes.
Los ingenieros neoclásicos tienen objetivos mucho más prácticos. Su misión consiste en el despliegue de modelos económicos, teorías del capital humano, tablas de inputs y outputs y otras herramientas que sirvan para guiar tanto las políticas del gobierno como la de las empresas de la manera más inteligente. A diferencia de los sacerdotes que usan la distinción exógeno / endógeno para alejar la responsabilidad de los resultados desagradables, los ingenieros usan la distinción para considerar las formas de intervención desde el estado o desde las empresas que deben usarse para corregir las deficiencias económicas. Para los ingenieros son las variables exógenas los instrumentos políticos legítimos que ellos, o aquellos a los que aconsejan, controlan. Un modelo macroeconómico típico de un ingeniero incluirá como parámetros exógenamente determinados la tasa impositiva a los beneficios de las empresas y el nivel de gasto público de un gobierno, vistos como los instrumentos políticos que uno puede manipular con el fin de lograr un crecimiento económico estable o cualquier otro objetivo social deseable. Las variables endógenas como pueden ser el nivel de inversión o la demanda de consumo apuntan a esos fenómenos que escapan a la manipulación directa de los políticos y de estos “consejeros de príncipes” que son los ingenieros neoclásicos.
En el caso de los profesores de economía radical, una fuerte motivación moral y cierta marginalidad social acaban produciendo un papel social diferente: el del crítico y el activista. Para el crítico la distinción exógeno / endógeno no tiene más sentido que el de una simplificación escolar. Sin embargo, para el activista la cuestión es un poco más compleja. Los activistas políticos se interesan por los efectos de las intervenciones colectivas, engendradas por sindicatos, movimientos revolucionarios, organizaciones feministas o grupos medioambientales.
El economista radical activista no cuenta normalmente con la privilegiada situación del ingeniero neoclásico, quien teniendo cerca el oído de los poderosos puede diseñar modelos que probablemente acabarán implementándose. En cambio, el activista debe tratar de comprender no solamente los efectos de una intervención dentro de una estructura establecida, sino también la capacidad de estas intervenciones de fortalecer las posibilidades de un cambio estructural. De este modo, los parámetros estructurales con frecuencia considerados como los “datos” últimos en el modelo neoclásico constituyen precisamente el objeto de análisis y de movilización para el activista. Las relaciones estructurales que son consideradas exógenas por los teóricos neoclásicos para los radicales son endógenas.
La vida y la obra de David Gordon ejemplifican esta idea del economista radical y activista aunque también la más refinada tradición del intelectual público: abordando las cuestiones sociales más importantes, contribuyendo a comprenderlas y encontrando el camino para difundir sus ideas no solamente entre sus colegas profesionales, sino también entre público en general. Su firme compromiso tanto con el rigor académico como con la justicia social inspiró a toda una generación de estudiantes e intelectuales progresistas a dirigir su trabajo en economía hacia la tarea de construir una sociedad mejor. La influencia de David Gordon será manifiesta en la vida y obra de muchos economistas radicales. Con su desaparición todavía reciente vale la pena recordar algunos momentos de la vida de David Gordon y cómo algunos autores, especialmente un íntimo amigo como Samuel Bowles, continúan su legado.
David Gordon venía de una familia de prestigiosos economistas. Durante su primer año como estudiante en Harvard albergaba grandes ambiciones de llegar a ser un brillante abogado que acabara elegido para ocupar algún cargo político de altura. Muchos de sus compañeros y amigos subían rápido en la espuma del “establishment” de los EEUU, pero Gordon iba a convertirse en un crítico de las escaleras del privilegio que una vez soñó con subir. Después de seguir la disciplina de la economía convencional durante la licenciatura, Gordon se entregó a la creación de instituciones alternativas, apoyando la creación de departamentos de economía radical y creando programas que extendieran ideas “progresivas”1 más allá de la academia. Fue un miembro activo de la Union for Radical Political Economics, fundó y dirigió el Instituto de Investigación y Educación Laboral en Nueva York, más tarde sería el Centro de Alternativas democráticas, y poco antes de su muerte la New School Center for Economic Policy Analysis. Gordon escribía poco antes de morir que
“Las cuestiones y los compromisos políticos progresivos han configurado de manera persistente e insistentemente las cuestiones que me he preguntado y los problemas que he explorado a través del análisis económico” (1997, citado en Bowles y Weisskopf, 1998, xviii)
Gordon consideraba que la sabiduría económica convencional con demasiada frecuencia se alineaba con la preservación de un status quo económico muy desigual e injusto y opuesto a los intereses de los trabajadores y ciudadanos de a pie. En 1994 constataba con pesadumbre que a pesar de que los resultados de la investigación económica actual hayan evolucionado tanto y recomienden precaución y prudencia contra los remedios simplistas propios del laissez faire -como muestran la nueva teoría del crecimiento, la nueva teoría del comercio internacional o la literatura actual sobre el mercado de trabajo- las afirmaciones de los economistas, especialmente de aquellos con un mayor papel público y político, traicionen estas nuevas perspectivas, amarrándose todavía al dogma del mercado libre. ¿Qué es lo que explica esta ruptura actual entre una práctica investigadora cada vez más heterogénea y crítica, incluso dentro de la economía convencional, y el discurso dominante en política económica?
Las nuevas aportaciones de Krugman, Solow, Freeman y otros muchos no son filtradas hacia la práctica de la política económica debido a muchas causas. Los “think tanks” y los institutos políticos continúan desempeñando un papel central en la difusión de ideas sobre la política económica, y con independencia de su rigor intelectual acaban inclinando la política hacia la derecha o centro derecha. Los medios de comunicación tratan normalmente las cuestiones económicas con un sesgo proempresarial. La influencia pública de los políticos también es muy importante, éstos tienden en muchas ocasiones a ver las opciones de la política económica con los mismo ojos de las grandes empresas. El mundo simplificado de muchos de los libros de texto que forman a los futuros economistas, así como un excesivo formalismo, retórica e ideología en la enseñanza junto a las salidas profesionales habituales de los estudiantes que finalizan la carrera, acaban de componer el cuadro de la discrepancia entre los avances científicos en el terreno económico y el conservadurismo político, entre la heterogeneidad de las perspectivas actuales y el monolitismo del discurso dominante en cuanto a las políticas económicas que pertenecen al “mundo de lo posible”.
David Gordon (1994) concluía señalando algunas de las áreas de investigación clave con una mayor relevancia para los problemas políticos actuales, invitando a compartir lo mejor que puedan dar los investigadores económicos actuales con el fin de evaluar las implicaciones de los nuevos descubrimientos y derivar sus implicaciones potenciales para la política. Las áreas en las que, en primera instancia, sería razonable concentrarse deberían incluir los problemas que resultan de la interacción entre la igualdad y el funcionamiento macroeconómico; la viabilidad y los efectos potenciales de formas institucionales de gobierno alternativas (con respecto al estado, el mercado y la comunidad) como puede ser la participación en el lugar de trabajo; la regulación medioambiental a escala global; la igualdad de raza y género; y el abanico de posibles instrumentos alternativos para lograr la estabilidad económica internacional, el crecimiento coordinado y acuerdos comerciales cooperativos. Se podrían establecer grupos de trabajo en cada área, desarrollar congresos que evaluaran e hicieran avanzar las discusiones y crear los mecanismos más adecuados para su diseminación entre los políticos y medios de comunicación hasta que llegaran a influir en los términos del debate sobre la política económica...
En una entrevista en 1992 resumía David Gordon su carrera profesional de este modo
“Mis preocupaciones como economista político se han concentrado en la contribución a la creación de un marco analítico coherente para la izquierda dentro de la economía y en ayudar a la formación de un movimiento político progresivo en los Estados Unidos. Me siento satisfecho con las elecciones que he hecho y con el trabajo que junto a mis colaboradores hemos producido; frustrado por la complacencia condescendiente de los economistas más convencionales; furioso por la codicia y la irracionalidad que domina la política económica de los Estados Unidos; y todavía esperanzado por la perspectiva de una movilización progresiva hacia una sociedad más justa y humana a medida que nos encaminamos hacia el siglo XXI”(citado en Bowles y Weisskopf, 1998)
La obra de quien podemos considerar como el más importante economista radical en la actualidad, Samuel Bowles, íntimo amigo y colaborador de David Gordon, forma parte del legado de Gordon y también se encuentra profundamente inspirada por el compromiso con la progresiva extensión de la capacidad de la gente de gobernar sus vidas personales y su historia social colectiva. La realización de este compromiso requiere para Samuel Bowles el establecimiento de un orden social democrático que reemplace las instituciones centrales de la economía capitalista. El capitalismo y la democracia en lugar de ser dos formas de gobierno complementarias representan más bien reglas de juego contrapuestas para la regulación del proceso de desarrollo humano y la evolución histórica de las sociedades en general. Una basada en la preeminencia del privilegio económico basado en los derechos de propiedad y la otra en la prioridad de la libertad y el control democrático basado en el ejercicio de los derechos personales. El compromiso con la democracia de Bowles es la afirmación de una visión de la sociedad en que la soberanía popular gobierne tanto el proceso de desarrollo humano como la historia. La democracia, y no la interacción de los derechos de propiedad, debe proporcionar el principio fundamental de ordenamiento de los procesos a través de los cuales llegamos a ser lo que somos, y por medio de los cuales son continuamente renovadas y transformadas las reglas que regulan nuestras vidas. La revisión de la teoría de la democracia de Bowles así como su lectura de la trayectoria conflictiva de la democracia y el capitalismo en estos últimos dos siglos comprometen a Bowles no con una utopía democrática, sino con un amplio proyecto histórico que haga justicia a la radical, aunque hasta ahora frustrada, promesa de la democracia.
Nota:
1 Traduzco “progressive” por progresivo para dar cuenta de su doble sentido inglés empleado por los radicales. “Progressive” es todo lo que es progresista pero que al mismo tiempo inicia una dinámica de radicalización progresiva hacia una transformación estructural. Aprovecho este espacio para mencionar el libro inteligente y sencillo de Alfons Barceló (1998), Economía Política Radical, Síntesis, Madrid.
Bibliografía:
-Barceló Alfons, Economía política radical, Síntesis, Madrid
-Bowles, S. y Weisskopf, Th. (eds) (1998) Economics and Social Justice. Essays on Power, Labor and Institutional Change, Edward Elgard, UK
-Gordon, D. (1994) “Twixt the Cup and the Lip: Mainstream Economics and the Formation of Economic Policy”, Social Research, 61 (1), primavera, 1-33
-Edwards, R., McEwan, A. et al. (1970) “A Radical Approach to Economics”, American Economic Review, 60 (2), mayo, 352-63.
-Edwards, R., Reich, M, Weisskopf, Th. (1972) The Capitalist System. A Radical Analysis of American Society, Prentice-Hall, New Yersey
-Barceló Alfons, Economía política radical, Síntesis, Madrid
-Bowles, S. y Weisskopf, Th. (eds) (1998) Economics and Social Justice. Essays on Power, Labor and Institutional Change, Edward Elgard, UK
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-Edwards, R., Reich, M, Weisskopf, Th. (1972) The Capitalist System. A Radical Analysis of American Society, Prentice-Hall, New Yersey
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